Sentado en la silla, a través de toda la gente que bailaba, la vi. No encontraba palabras en mi extenso vocabulario para describirla. Tampoco podía explicarme como estaba andando hacía ella, como si mi cuerpo fuese manejado por las cuerdas de una marioneta que me llevaban hacía ella.
Cuando llegue a ella no sabía que decirle, me quede paralizado. Con una sonrisa y una mirada de complicidad tomé su mano y empezamos a bailar.
No podía apartar mi mirada de sus ojos, me habían cautivado aquellos iris marrones. Sus labios ligeramente agrietados no me dejaban pensar nada más que en besarla. Mientras bailábamos ninguno dijo nada.
Tras el baile, salimos fuera y empezamos a hablar, mis primeras palabras fueron una broma sobre el frío que hacía y como afectaba a su nariz que se empezaba a enrojecer. Durante más de dos horas estuvimos hablando, parecía como si los planetas se hubieran puesto de acuerdo para concedernos aquella velada.
Cuando le pregunté por su nombre, su respuesta me sorprendió, ya que, me confesó que era mejor no saber nada el uno del otro. Ella quería disfrutar de aquella noche, sabiendo que nunca más volvería a pasar otra igual, que siempre recordaría aquella noche, pensaba que era imposible enamorarse de alguien tan solo con una mirada. Le dije estaba de acuerdo, un poco extrañado, pero acepté con la condición de que aquella noche fuera tan solo para mí. Sabiendo que aquella sería la ultima vez que vería a Emma, fue el nombre que mi cabeza dedicó para ella.
Solo se me ocurrió un sitio para llevarla, en la esquina de la misma calle se encontraba el único bar con un piano, y por suerte era de un amigo mío, que de vez en cuando me dejaba tocar en él por la noches cuando me quedaba solo. Por casualidades del destino tenía las llaves en mi pantalón.
Al llegar, abrí las puertas, teníamos todo el bar para nosotros solos. Nos servimos unas copas y como si no supiera nada de piano, le dije que si quería acompañarme en un dueto. Tras su sonrisa acepto encantada. Nos sentamos los dos juntos en el asiento. Le explique cuales eran las notas que tenía que tocar y empezamos a tocar aquella melodía. No podía apartar mi mirada de ella, con lo que descubrió que sabía algo más de piano de lo que le había confesado.
Con la excusa tan tonta de que en la siguiente melodía nuestras manos debían tocar las misma teclas, el piano quedo relevado a un segundo plano. Noté que se había dado cuenta que no era verdad, pero le daba igual.
Escogí la melodía mas bonita que podía recordar, una que siempre me traía los mejores recuerdos y era perfecta para aquella ocasión. Sonaba especialmente bien. Ella puso su mano sobre la mía, tras los primeros acordes la miré y con la mano que me había cogido deje de tocar. Fue cuando juntamos nuestras manos y entrelazamos nuestros dedos. Segundos después deje de tocar y acaricié su otra mano.
Le pregunté que si podía besarla ya que no estaba seguro si ella también lo quería. Me sugirió que era mejor que no, ya que si no sería imposible separarnos a partir de esa noche. Hasta el momento estaba siendo perfecta, tal y como ellos dos querían. Con lo que yo le sugerí que si podía darle un ‘no’ beso. Extrañada me preguntó de que se trataba.
Le pedí que cerrara los ojos y confiara en mi. Con una broma y su sonrisa, los cerro. Acerqué mis labios a su oído y empecé a susurrarle todo lo que me gustaba de ella, mientras iba acariciando sus manos. Iba de un oído al otro, rozando sus labios, notando como nos separaba menos de un milímetro. Soplándole por el cuello note un escalofrío en ella. Entonces despacio subí hacia sus labios y con una voz muy suave le dije, te he dado tu único no beso. Entonces abrió los ojos y note sensiblemente con mis labios como se le dibujaba una sonrisa.
A través de los rayos de sol que entraban por la ventana, anunciaban que nos tendríamos que despedir, sin saber como habíamos acabado sentados en una esquina del bar, su espalda estaba apochada sobre mi pecho, tapados con los abrigos mientras acariciaba sus delgados brazos.
Sentado en la silla, a través de todo el bar, vi como se marchaba por la puerta. Me quede pensado que realmente no sabía nada de ella, que nunca más volvería a verla. Y por la mismas cuerdas que hicieron acercarme a ella, fueron las que me levantaron de aquella silla. Corrí hasta la puerta para ver por donde se había ido pero como el rocío que desaparece con los primeros rayos de sol, ella había desaparecido de la calle y de mi vida. Nunca podría olvidarla, sus ojos, sus manos, su boca e incluso su larga melena oscura.
jueves, 15 de enero de 2009
Breve historia de amor
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2 comentarios:
Ultimamente el blog esta llenó de rayadas, nos inunda la meláncolía :D
T_____________________________T
que romanticoooooooooooo
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